El hombre, desde tiempos
inmemorables, ha deseado conocer su futuro. Para ello, ha recurrido a adivinos,
que son expertos en leer nuestro destino. A la hora de ejercer su oficio, estos
futurólogos utilizan herramientas. Nuestro cuerpo, el agua, una cebolla...
cualquier cosa puede servir para revelarnos las claves del porvenir. Estas
artes adivinatorias han recibido el nombre de "mancias", para
denominar los distintos métodos. Así tenemos:
La ornitomancia: La adivinación
por el vuelo de las aves.
La cartomancia: Que comprende el
conocido Tarot.
La cristalomancia: Que utiliza
las famosas bolas de cristal o espejos.
La runamancia: Que predice el
destino con unas piedras mágicas llamadas "runas". Las runas son los
signos alfabéticos que utilizaban los escandinavos en sus escrituras. Cada uno
de los signos es un símbolo mágico, relacionado con el hombre y con las fuerzas
de la naturaleza.
La quiromancia: Su origen es
incierto. Por lo visto, el arte de la lectura de las manos nació hace miles de
años en ciertos pueblos nómadas de los Balcanes. Desde entonces se han escrito
cientos de libros y tratados sobre el significado de las manos.
La cafeomancia: La lectura de los
posos del café es una tradición que procede del lejano oriente y que fue
exportada por los comerciantes europeos a nuestros países allá por el siglo
XVII. En esta época, el adivino florentino Tomás Tamponelli redactó el primer
manual de la cafeomancia, un método para desvelar el futuro que ya triunfaba en
las cortes de los zares de Rusia.
Sin embargo, hay miles de
"mancias" y, entre ellas encontramos algunas muy curiosas:
La alectromancia: Es la
adivinación que se practicaba con un gallo. Los adivinos dibujaban un círculo
en el suelo y lo dividían en casillas. En cada una, escribían una letra del
alfabeto y encima colocaban un grano de trigo. Luego se ponía al gallo sobre el
círculo y se apuntaban la letra de los granos que iba comiendo. Con esa letra
se formaba una palabra, de la que se extraía la predicción.
La tiromancia: Es la adivinación
que se hacía con el queso. Se ponía un trozo de queso con gusano sobre un papel
donde se había escrito varios nombres de sospechosos. Los gusanos,
supuestamente, se ponían sobre el nombre de la persona que había hecho algo
malo.
La geomancia: Tiene como instrumento
la tierra y ha sido utilizada por muchas culturas. Se arroja un puñado de
tierra sobre una mesa para predecir el futuro por medio de las líneas y figuras
que aparecían.
La filoromancia: Es la predicción
por medio de las hojas de una rosa. Parecida al sencillo deshoje de una
margarita (me quiere, no me quiere), consiste en chasquear una hoja de rosa con
la mano y luego, según el resultado, determinar la suerte que correrá una
relación amorosa. Fue muy utilizada por los Griegos.
La cleromancia: Es el arte de
adivinar el futuro lanzando dados, huesecillos, habas blancas y negras. Se
agitaban en un vaso y, trás invocar a los dioses, se arrojaban sobre la mesa
para ver el futuro según la colocación de estos objetos.
La croniomancia: Es el arte de
adivinar por medio de las cebollas. La practicaban, principalmente, las jóvenes
alemanas que deseaban saber quién iba a ser su marido. La noche de Navidad era
el día más típico para realizar la consulta. En estas fechas, se ponían unas
cuantas cebollas sobre el altar y se escribía sobre ellas el nombre de aquellas
personas, de las que nos interesaba su futuro. La cebolla que brotaba primero
nos decía que esa persona gozaría de mucha salud o sería el marido de la chica.
La libanomancia: Es la
"mancia" del incienso. Se hacían peticiones y luego se echaba el
incienso en el fuego, con la intención de que los ruegos llegaran al cielo. Si
el incienso se consumía, la petición sería contestada. De lo contrario, si tardaba
en humear, no habría éxito.
La oneomancia: Es la adivinación
por medio del vino. El color y las características más peculiares del vino
servían para predecir el futuro. Los persas fueron los que más utilizaron esta
"mancia".
La obomancia: Es el arte
adivinatorio de los huevos. Los antiguos adivinos leían la cáscara exterior e
interior del huevo para conocer los secretos del porvenir. En la mitología, se
atribuye su invención a Orfeo.
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